Aequales

¿Yo, feminista?

Cada vez que una mujer dice ‘no quiero’, cada vez que clama justicia, cada vez que resiente la diferencia que se hace en nuestra sociedad por haber nacido mujer, cada vez que defiende su independencia, su carrera, su cuerpo y las decisiones que toma en todos los ámbitos de su vida para sí misma, está participando de un ejercicio feminista.

Las mujeres de mi tiempo, sobre todo las jóvenes -de quienes tanto se espera- viven una ironía. Todos los días se levantan para ir a la universidad y al trabajo, salen a la calle, cogen bus, pagan sus comidas en los restaurantes y sus entradas en el cine. Salen solas y bailan solas. Cuando quieren, salen a votar, a marchar y se postulan para ser elegidas por otros como sus representantes en la sociedad. Pagan sus impuestos y construyen sus patrimonios. Deciden qué estudiar, con quién casarse y si hacerlo o no, cuándo tener hijos, qué tipo de ciudadanas quieren ser y qué tipo de sociedad quieren construir. Saben gritar cuando son víctimas de la injusticia, saben a dónde acudir y esperan que la sociedad y la ley las escuchen. Esperan más de los hombres, más de sus carreras, más de sus trabajos, más de sí mismas. No se rinden, no se dejan opacar, luchan por lo que se merecen y creen en la libertad.

Y a pesar de todo, apenas escuchan la palabra ‘feminismo’, es como si hubiera una explosión y todas corren bajo el son de ‘sálvese quien pueda.’ Tantas veces he oído expresiones como: ‘odio esa palabra’ o ‘trabajamos por las mujeres pero no somos feministas, ni machistas’, ‘no soy como esas feministas radicales insoportables’, ‘los hombres y mujeres siempre han sido y van a ser distintos, esa pelea no tiene sentido’.

Pero realmente, ¿cuántas de nosotras sabemos qué es el feminismo y qué ha hecho por nosotras? ¿Por qué nos apresuramos en asegurarnos de que nadie nos asocie con esta palabra? ¿Por qué cuando presenciamos la injusticia o queremos reivindicar nuestro espacio o nuestra libertad, tantas veces lo hacemos bajo el manto de la neutralidad?

Déjenme decirles, señoras y jóvenes de nuestro tiempo, que cada vez que ustedes realizan una acción para reivindicar su libertad, por pequeña que sea, están ejerciendo el feminismo.

Cada vez que una mujer dice ‘no quiero’, cada vez que clama justicia, cada vez que resiente la diferencia que se hace en nuestra sociedad por haber nacido mujer, cada vez que defiende su independencia, su carrera, su cuerpo y las decisiones que toma en todos los ámbitos de su vida para sí misma, está ejerciendo el feminismo.

Y no solo eso, por más que queramos alejarnos del concepto, no es sino por el feminismo que todos los días compartimos carpetas y oficina con los hombres en la universidad y en el trabajo.

Es gracias al feminismo que salimos a votar y somos elegidas, que tomamos anticonceptivos, que escribimos y hablamos en los medios. Que tenemos licencia de maternidad y leyes que nos protegen de la violencia.

Es gracias al feminismo que podemos tener propiedades, pedir créditos y tener una nacionalidad. Que somos ciudadanas, independientemente de nuestro estado civil, independientemente de quién es nuestro padre o quien es nuestro esposo. Pueden estar seguras de que las libertades de las que gozamos hoy como mujeres, dependieron de otras mujeres que salieron a las calles y al ámbito público a poner su identidad y su cuerpo como blanco. De feministas que expusieron su punto de vista sin pena de ser estigmatizadas, para que hoy nosotras podamos tomarnos esta libertad y este lujo superfluo de decidir si somos feministas o no.

La feminista de hoy en día no se encuentra solamente en la marcha o en el debate político. La feminista de hoy está en cada madre que quiere las mismas oportunidades y posibilidades para su hija que para su hijo, en la ejecutiva que quiere recibir el mismo sueldo que un hombre para el mismo cargo, en la mujer que quiere ser evaluada según sus logros y competencias y no según su apariencia, en la mujer que se pelea una curul en el Congreso.

Entendiendo el feminismo de esta manera, bajándolo a la cotidianidad de las mujeres, des-satanizándolo, podemos identificarnos lentamente con los postulados de este movimiento, del que tanto se ha hablado y al que tanto daño le han hecho las palabras irresponsables que no se han tomado el trabajo de enterarse de qué se trata realmente.

El feminismo no es para políticas y académicas, es para todas las personas en todos los ámbitos, quienes desde sus propias vidas ven la necesidad de cambiar patrones sociales arraigados que son inequitativos, excluyentes y discriminatorios.

En una palabra, el feminismo es una idea de libertad y podemos apropiarnos de sus herramientas, acciones y recorridos para reconocernos más dignamente como personas, como ciudadanas sujetas de derechos y como agentes de cambio en nuestra sociedad.

Columna de Maria Adelaida (Mia) Perdomo

Fuente: La Silla Llena

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